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“Yo no escribiría si no fuera maestro” Entrevista a Sebastián Pedrozo

En Misteriosa Banda Oriental, Sebastián Pedrozo aúna sus roles de escritor y docente.  Los invitamos a leer la entrevista realizada por Cecilia Fuentes Ruiz y que fue publicada por D-aquí. Periscopio en la edición de Marzo 2024.

¿El objetivo del libro fue generar un acercamiento entre el público infantil y juvenil y la temática histórica?

La temática histórica es algo que me interesó siempre desde el rol docente. Me formé en eso y en el libro traté de darle impulso a un tipo de literatura que me interesa, que es la de misterio, la de terror. Tenía que ser muy riguroso, entonces me llevó dos años y
medio trabajar este libro. El reto fue estudiar mucho el tema y tratar de darle un marco sólido, porque si f laqueás ahí, todo lo demás se desmorona. No tengo muy claro si la idea era acercar la historia a los gurises y gurisas o simplemente una excusa para
llevar a ese momento una serie de cosas que a mí me interesan, porque está lleno de misterio y dialoga con lecturas formativas para mí. Drácula, Frankenstein, toda esa literatura del siglo XIX está ahí.

¿Apelaste a mitos o leyendas asociadas a la Banda Oriental?

No, son historias en un sentido originales. Hay un cuento ambientado en el Éxodo del pueblo oriental, en el que los niños descubren que en una carreta hay unos pasajeros un poco extraños que llevan una carga que no parece muy habitual, y, a la vez, empiezan a desaparecer niños… Con esa trama no quiero que aprendan más del Éxodo y no quiero contar algo nuevo de los vampiros, simplemente escribir el libro que me hubiese gustado leer a mí de chiquito. Esa premisa me hubiese gustado: “¡Un vampiro en el Éxodo, y estoy dando el Éxodo en la escuela!”. Me parece copado. No aprender más a través del cuento sino que este sea un disparador.

Los personajes protagónicos en todos los casos son niños.
¿Cómo los construiste?

Gracias a ser maestro y un poco a ser padre, pero menos. Hay una carga muy grande del ser maestro: hace más de 20 años que lo soy, entonces tengo una forma de mirar, de hablar y escuchar a los gurises que ya no puedo separar. Yo no escribiría
si no fuera maestro. El impulso escritor, el deseo, viene del lado de dialogar con intereses que van desde lo pedagógico, desde lecturas que yo les hago a los alumnos, desde el ámbito educativo. No es didáctico, no pretende enseñar nada. Sí ha sido un objetivo despertar el gusto por la lectura.

¿Mediante el contacto estrecho con los niños y niñas también reunís información sobre cuáles son sus intereses?

Sí, dejé de trabajar un par de años como maestro para dedicarme a ser escritor y fue un fracaso. El primer año recién había empezado, estaba un poco confundido, había una cuestión de acomodar el ego también. No sabía qué tan vinculado con ser maestro estaba. Bueno, me tuve que separar de ser maestro y ser escritor solamente para darme cuenta de que las dos cosas se retroalimentaban. Escribí muy poco, disfruté muy poco eso que escribí y perdí el oído de lo que pasaba. Yo discuto con los gurises; traen sus lecturas, sus problemas, escucho, analizo, tomo nota, leo su material. Es más racional, y eso lo aplico en la literatura, por más que la literatura es afectiva. Cuando dejé de trabajar como maestro me di cuenta de que era el combustible de la escritura.

Hablando de lo afectivo, ¿por qué le dedicás el libro a Federico Ivanier? 

Federico lo que tiene es que fue muy rupturista. Cuando empezó a publicar, la literatura juvenil venía de un canon muy firme, de buena calidad, pero eran tres o cuatro autores que hacían novelas de aventuras. Salvo Fernando González, un autor fantástico a quien yo admiro muchísimo, que hacía fantasía, había muy poco de fantasía y Federico se descolgó con tres novelas de Martina Valiente que no tienen éxito mundial porque él nació en Uruguay. Él fue el rompehielos para una generación de autores que aparecimos después. Este libro es un hito para mí como lo fue Martina Valiente. Igual estoy siendo un poco injusto en la trama de la dedicatoria. Eso es la parte racional, después yo le dedico el libro porque Federico, en un momento muy difícil de mi vida, me llamó todas las noches para ver si estaba bien. Creo que eso es lo importante, lo que lo define.

¿Cómo medís el impacto del misterio y el terror en la sensibilidad del público al que están destinados tus libros?

El tema mío es el miedo y qué hacemos con él. El enojo, la ira, que a veces son caras del miedo.
En la literatura lo que hacés es manifestar eso por medio de acciones. Hay acciones que son muy explícitas, y yo creo que lo que hay que hacer es pulir lo explícito y dejar una superficie que sea un poquito más llevadera.
El terror para niños es el arte de sugerir. Si funciona con una gota de sangre, ponele una gota de sangre y no un chorro en la pared. El miedo infantil es a los grandes temas de la vida; no hay un miedo puntual, son miedos que compartimos todos, pero
claro, yo escribo para un niño o una niña de diez a 13 años.

¿Percibís que los miedos de los niños y niñas hoy están más asociados a la violencia en la sociedad, que además está llegando cada vez más a los centros educativos?

Sí, es ingenuo creer que los niños no perciben que los adultos se hablan mal en la calle, se amenazan. Ellos son los que prestan atención. Nosotros somos los que no lo hacemos, porque necesitamos automatizar,
que no nos importen un montón de cosas porque si no, no funcionamos. Entonces, o te ponés en plan beligerante contra eso o bajás llaves, funcionás y en tu casa hacés lo que podés con tus hijos y en clases hacés lo que podés con tus alumnos. Porque si
funcionás en modo sensible, terminás hecho un ovillito de lana.
Los gurises y gurisas lo que quieren es tranquilidad. Una rutina, que no les griten en el oído cuando están trabajando, que los respeten, que no los apuren, tener la normativa clara; ellos saben pedir ayuda. No precisan mucho para ser felices
en la vida, en las escuelas. La escuela es un espacio seguro: si vos construís buenos vínculos, se puede hablar de todo.

Y en lo personal, ¿cuáles son tus miedos con respecto al Uruguay de hoy?

Están asociados al desbalance que hay entre la vida rural y urbana. Yo soy un producto semiurbano o semirrural, estoy en el medio. Me crie al norte de Colón, donde hoy es la ruta perimetral.
Peñarol, Sayago y Colón son mi zona. Después me vine de muy chico para El Pinar. Entonces, no soy un montevideano. En mi casahabía limones, tuve gallinas… Yo estaba en cuarto o quinto de escuela y me tomaba el ómnibus
solo, iba a la casa de mi abuela, que vivía en la zona del barrio Lavalleja, para vender limones.
El almacenero, que era un inmigrante armenio, cuando me veía en la parada me decía: “Nene, vos que vas a Montevideo, ¿no te animás a…?”. Por Colón. Ahí ya había notado cierto desbalance, por ejemplo, en el acceso a la
cultura. Yo vengo de una familia muy humilde, donde se valoraron mucho los libros, el cine, la cultura general, pero había poco acceso económico. El libro era un objeto de lujo en mi casa, y donde accedías a ejemplares era en la escuela. Ahí había libros, había cuadros, había música, había arte en general. Se valoró mucho desde el discurso en mi casa, y era importante, por eso la movilidad social era la oportunidad. Después, siendo maestro, con práctica rural, al vivir acá en El Pinar, noté que no era sólo en Colón, que el país era así. Y de hecho, mis libros se mueven más en el interior, yo me muevo más en el interior, me siento muy cómodo.

Entonces observo esto, observo que la cultura sigue siendo muy centrista para una modernidad tan impresionante como la que tenemos. El acceso a la información, sin embargo, lo logístico, lo físico, sigue estando centralizado. Como que al país le hace falta un polo cultural. El acceso a la cultura hoy en día sigue estando muy marcado por la zona metropolitana, pero el radio de acción es muy acotado. Y lo económico, el acceso a la calidad de vida y todo. Hace 100 años, bueno, desde Artigas que están queriendo arreglar el campo y no pueden. Se va, se va, se va, se va…

Así que el miedo va por ese lado, por el desconectar…
Sí, por lo desigual que sigue estando el campo de la ciudad. La falta de oportunidades que hay. El pensarse como pobre para estudiar, para vivir en el campo o en el interior, en la zona rural, yo qué sé. Eso me preocupa mucho.

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