Eloisa Figueredo
Los primeros árboles que vi fueron los del barrio del Prado, en Montevideo. Entonces no conocía sus nombres, pero no era un
gran problema porque era tan chiquita que ni siquiera conocía el mío.
Luego, las cosas importantes adquirieron sus nombres: los amigos, los gustos de los helados, los juegos, los lugares donde viví y los lugares donde pasé las vacaciones. Pero solo cuando fui grande y estuve lejos descubrí que nadie me había enseñado los nombres de unos amigos que estaban allí donde yo fuera. En la selva de Guatemala, debajo de una gigantesca ceiba, recordé los árboles de mi ciudad. Pensé que ir por la vereda sin saber cómo llamarlos era como ir a clase y no saber los nombres de mis compañeros.
Desde entonces, me dedico a aprender cómo se llaman, de dónde vienen y cómo viven las plantas. Las más grandes, como aquella ceiba de la selva, y las más pequeñas, como los macachines que crecen en el césped del jardín donde espero el próximo ómnibus.